La República Dominicana se ha convertido en un mercado para los artistas en su descanso pres-mortem, o sea en el estado que antecede a la muerte.
Artistas que fueron muy buenos en sus momentos, pero que el tiempo los desgastó, además de que quedaron arrumbados con el advenimiento de nuevos figuras en sus géneros, e inclusive con el surgimiento de otras modalidades en el mundo del arte popular.
La verdad de lo que en parte decimos en ese párrafo se puede sacar a colación reflexionando sobre el lugar donde se encuentran los artistas nuestros que brillaron en las décadas del 70 y del 80: la mayoría evocando su gloria en sus hogares, algunos actuando ocasionalmente y unos pocos, poquísimos, manteniendo cierto nivel de vigencia.
La promoción con que se envuelve aquí a los extranjeros sirve para desempolvar sus imágenes de las hojarascas añejas que las cubre, para abrillantarles e insuflarles ánimo y energía.A nivel de ejemplo veamos que a los empresarios artísticos de Nueva York y de Miami, en más de diez años no se les ha ocurrido presentar a una Sophy, Yolandita Monge, Braulio, Lolita Flores, Ednita Nazario, Miriam Hernández, Danny Daniel, así como otras cosas que se traen aquí con bombos y platillos.
¿O es qué a siete años de la muerte de Teófilo Barreiro todavía sigue válida su anatema de qué las relaciones sociales en las ciudades del país son propias de aldea?